Renato
Descartes (1596-1650):
“Yo pienso, entonces...”
Yo soy, yo existo; eso es cierto, pero ¿cuánto
tiempo? Todo el tiempo que estoy pensando: pues quizá ocurriese que, si yo
cesara de pensar, cesaría al mismo tiempo de existir. No admito ahora nada que
no sea necesariamente verdadero: así, pues, hablando con precisión, no soy más
que una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón,
términos cuyo significado me era antes desconocido. Soy, entonces, una cosa
verdadera, y verdaderamente existente. Mas ¿qué cosa? Ya lo he dicho: una
cosa que piensa. [...]
¿Qué soy, entonces? Una cosa
que piensa. Y ¿qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, que entiende,
que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también, y que
siente. Sin duda no es poco, si todo eso pertenece a mi naturaleza. ¿Y
por qué no habría de pertenecerle? ¿Acaso no soy yo el mismo que duda casi de
todo, que entiende, sin embargo, ciertas cosas, que afirma ser ésas solas las
verdaderas, que niega todas las demás, que quiere conocer otras, que no quiere
ser engañado, que imagina muchas cosas -aun contra su voluntad- y que siente
también otras muchas, por mediación de los órganos de su cuerpo?
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Meditaciones metafísicas
con objeciones y respuestas, Meditación segunda
Agustín de Hipona (354-430):
Dos amores y dos ciudades
Dos amores fundaron,
pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio
de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la
celestial.
La primera se gloría
en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla
busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo
de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria [...]. En aquélla, sus príncipes
y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio,
y en ésta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos
obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en sus potentados, y ésta dice a
su Dios: A ti he de amarte, Señor, que eres mi fortaleza (Sal 17,2). Por
eso, en aquélla, sus sabios, que viven según el hombre, no han buscado más que
o los bienes del cuerpo, o los del alma, o los de ambos [...]. Creyéndose
sabios, es decir, engallados en su propia sabiduría a exigencias de su
soberbia, se hicieron necios [...]. En ésta, en cambio, no hay sabiduría
humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al Dios verdadero, en espera
de un premio en la sociedad de los santos, de hombres y ángeles, con el fin de
que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor. 15,28).
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La ciudad de Dios, libro XIV, cap. 28
Alexander Koyrée: Del mundo cerrado
al universo infinito, Madrid, Siglo XXI, 1971.-
Todo el mundo admite
que el siglo XVII sufrió y llevó a cabo una revolución espiritual muy
radical de la que la ciencia moderna es a la vez raíz y fruto. Tal
revolución se puede describir de muy
diversas maneras. Así, por ejemplo, algunos historiadores han situado su
aspecto más característico en la secularización de la conciencia,
en su alejamiento de los objetivos trascendentales y su acercamiento a otros
inmanentes; es decir, en la sustitución del interés por el otro mundo y
la otra vida a favor de la preocupacion por esta vida y este mundo.
Mientras que el hombre medieval y antíguo tendía a la pura contemplación de la
naturaleza y del ser, el moderno aspira a la dominación y señorío.(...)
Es posible describir aproximadamente esta revolución
científica y filosófica diciendo que
conlleva la destrucción del Cosmos; es decir, la
desaparición, en el campo de los conceptos filosófica y científicamente
válidos, de la concepción del mundo como un todo finito, cerrado y
jerárquicamente ordenado.
Además, ese Cosmos se ve sustituído por un universo indefinido y aun
infinito que se mantiene unido por la identidad de sus leyes y componentes
fundamentales y en el cual todos esos componentes están situados en un mismo
nivel del ser.
1.
¿Qué impacto tiene este cambio en
la vida de un hombre de aquella época, con el cambio de paradigma?
2.
¿Cómo evalúan las posiciones de
Descartes y Agustín en cuanto vía para lograr comprender el mundo? ¿Se oponen,
se complementan, alguna de ellas incluye la otra, pueden conciliarse? Explicar
y justificar.
3.
¿En qué sentido Koyreé relaciona la
revolución científica del siglo XVII con un “universo infinito”? ¿Existe algún
límite para el progreso? Explicar y justificar.
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